La asamblea en el atrio de la iglesia
En una anterior narración habíamos descrito una especie
de asamblea convocada por el alcalde de barrio de un poblado rural situado en
lo más alto de de la montaña ourensana.
Los vecinos se reunían periódicamente en el atrio de la
iglesia parroquial y en ella se trataba y resolvía todo lo concerniente a la vida
y hacienda de la propia parroquia. La titularidad de las propiedades no se
regía por documentos escritos sino mediante tratos verbales acordados ante los
demás en asamblea. Todo discurría en perfecta armonía y la vida y trabajos de
estos vecinos se movía por este sistema de tratos verbales hasta que un acontecimiento
inesperado rompe este sistema de registro de la propiedad.
Perdona,
sufrido lector, que me recre tanto en el detalle del desarrollo de la trama pues
en ella se describe un acontecimiento social que trastornó para siempre el
concepto o modo secular de transmisión de la propiedad en aquellas tierras.
De profesión profesor y todo lo necesario
Además de desempeñar de alfabetizador de
una generación de niños era requerido a veces como redactor de cartas a
petición de aquellas personas que carecían de conocimientos precisos; cartas en
las que se reflejaban a veces temas de gran contenido emocional y curiosas
intimidades. Otras tareas frecuentes eran la de gestor, médico de urgencias, sanitario, consejero, juez de paz. Era un pueblo aislado y allí el maestro y el cura eran un apoyo importante en todas las facetas de la vida.
La historia del Sr. Francisco o costureiro
Pero
centrémonos en el tema. Al lado de mi vivienda vivía el Sr Francisco o Costureiro, con muchos años a cuestas
y muchos achaques en su gastado cuerpo. Como no podía atender sus propiedades
decidió pedirle a su sobrino Antonio y esposa que se fuesen a vivir a su casa
ofreciéndoles además todas sus tierras como herencia, pero sin reconocerlo
todavía en asamblea pública.
De penas y panes
Un
día, de madrugada, el sobrino me llama a la puerta para decirme que su tío
acababa de fallecer. Era un buen hombre que sentía un sincero afecto por su
pariente. Hablamos largo rato y después de unas
cuantas tazas de café cargado y sus orujos correspondientes se le fue alegrando
el ánimo.
De pronto se le
muda el rostro, se pone pálido como la nieve que cubría los tejados del pueblo y mirándome a
los ojos, todavía recuerdo esa mirada, me dice: e que…meu tio non testou. Pobre Antonio; durante veinte años había cuidado de su tío en la creencia de llegar a ser propietario de esos bienes. De repente
todo se deshace y se cree en la miseria.
La historia se complica
Este
narrador, desvelado por la noticia, pasó el resto de la noche meditando e
intentando ayudar a su vecino y amigo.
Aunque
no había confirmado en la asamblea pública dicha oferta, era ya de todos
conocida y aceptada la decisión del tío.
Consulté con varios vecinos, todos ellos respetados en el pueblo, una
posible solución y todos ellos dieron por buena esta propuesta. Hacía unos pocos meses Francisco, con un estado de salud
muy delicado, había manifestado a varios de sus vecinos su deseo de legar en Antonio.
El testamento
Redacté
entonces un documento en el que el tío Francisco legaba a su sobrino todas sus
propiedades y lo datamos con una fecha seis meses anteriores a su fallecimiento.
Como no sabía firmar requerimos además dos testigos (aquellos que habían oído
de Francisco su deseo de legar en Antonio) para que firmasen en su nombre. Así quedó
cerrado un contrato con registro escrito sobre derecho de propiedad, creo que
el primero que se hacía en aquellas tierras.
Los papeles contra las palabras
Sufrido
lector: no le pregunte a este redactor por la legalidad jurídica de este acto.
Nada se infringía. Era la voluntad del testador y la aceptación de toda la
parroquia y la del propio sobrino, claro.
Fue
muy curiosa la reacción de los vecinos. Este documento escrito que reflejaba la
supuesta voluntad del testador rompe su sistema tradicional en donde la voluntad
de la persona era siempre respetada cuando se manifestada en asamblea. Esta
situación creó en la aldea gran inquietud pues sus tierras, carecían de
respaldo escrito.
A partir de esa fecha todo acto de compraventa,
además del acuerdo oral en asamblea debería ser registrado en documento para
que se validase dicho acuerdo.
Comprenda
pues, paciente lector, la demanda por parte de los nuevos compradores para que
este maestro identificase sus tierras y redactase el correspondiente documento
escrito. Pasaron ya sesenta años y todavía recuerda
las incomodidades sufridas midiendo fincas cubiertas de
nieve y con temperaturas bajo cero.
Aquí
entra de lleno, ahora sí, aquel refrán ya referido en el anterior artículo:
Donde
hay papeles callan barbas
Como la vida misma Juan,... nos estás relatando el justo momento en el que los tratos verbales dieron paso a los contratos,... un pequeño hito histórico!
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