domingo, 8 de julio de 2018

La herencia del Sr. Francisco



La asamblea en el atrio de la iglesia

En una anterior narración habíamos descrito una especie de asamblea convocada por el alcalde de barrio de un poblado rural situado en lo más alto de de la montaña ourensana.


Los vecinos se reunían periódicamente en el atrio de la iglesia parroquial y en ella se trataba y resolvía todo lo concerniente a la vida y hacienda de la propia parroquia. La titularidad de las propiedades no se regía por documentos escritos sino mediante tratos verbales acordados ante los demás en asamblea. Todo discurría en perfecta armonía y la vida y trabajos de estos vecinos se movía por este sistema de tratos verbales hasta que un acontecimiento inesperado rompe este sistema de registro de la propiedad.
                    Perdona, sufrido lector, que me recre tanto en el detalle del desarrollo de la trama pues en ella se describe un acontecimiento social que trastornó para siempre el concepto o modo secular de transmisión de la propiedad en aquellas tierras.

De profesión profesor y todo lo necesario

                   Además de desempeñar de alfabetizador de una generación de niños era requerido a veces como redactor de cartas a petición de aquellas personas que carecían de conocimientos precisos; cartas en las que se reflejaban a veces temas de gran contenido emocional y curiosas intimidades. Otras tareas frecuentes eran la de gestor, médico de urgencias, sanitario, consejero, juez de paz. Era un pueblo aislado y allí el maestro y el cura eran un apoyo importante en todas las facetas de la vida.




La historia del Sr. Francisco o costureiro


                    Pero centrémonos en el tema. Al lado de mi vivienda vivía el Sr Francisco o Costureiro, con muchos años a cuestas y muchos achaques en su gastado cuerpo. Como no podía atender sus propiedades decidió pedirle a su sobrino Antonio y esposa que se fuesen a vivir a su casa ofreciéndoles además todas sus tierras como herencia, pero sin reconocerlo todavía en asamblea pública.




De penas y panes

                    Un día, de madrugada, el sobrino me llama a la puerta para decirme que su tío acababa de fallecer. Era un buen hombre que sentía un sincero afecto por su pariente. Hablamos largo rato y después de unas cuantas tazas de café cargado y sus orujos correspondientes se le fue alegrando el ánimo.
 De pronto se le muda el rostro, se pone pálido como la nieve que cubría los tejados del pueblo y mirándome a los ojos, todavía recuerdo esa mirada, me dice: e que…meu tio non testou. Pobre Antonio; durante veinte años había cuidado de su tío en la creencia de llegar a ser propietario de esos bienes. De repente todo se deshace y se cree en la miseria.



La historia se complica

                    Este narrador, desvelado por la noticia, pasó el resto de la noche meditando e intentando ayudar a su vecino y amigo.
                    Aunque no había confirmado en la asamblea pública dicha oferta, era ya de todos conocida y aceptada la decisión del tío.  Consulté con varios vecinos, todos ellos respetados en el pueblo, una posible solución y todos ellos dieron por buena esta propuesta. Hacía unos pocos meses Francisco, con un estado de salud muy delicado, había manifestado a varios de sus vecinos su deseo de legar en Antonio.

El testamento 

                    Redacté entonces un documento en el que el tío Francisco legaba a su sobrino todas sus propiedades y lo datamos con una fecha seis meses anteriores a su fallecimiento. Como no sabía firmar requerimos además dos testigos (aquellos que habían oído de Francisco su deseo de legar en Antonio)  para que firmasen en su nombre. Así quedó cerrado un contrato con registro escrito sobre derecho de propiedad, creo que el primero que se hacía en aquellas tierras.




Los papeles contra las palabras

                    Sufrido lector: no le pregunte a este redactor por la legalidad jurídica de este acto. Nada se infringía. Era la voluntad del testador y la aceptación de toda la parroquia y la del propio sobrino, claro.
                    Fue muy curiosa la reacción de los vecinos. Este documento escrito que reflejaba la supuesta voluntad del testador rompe su sistema tradicional en donde la voluntad de la persona era siempre respetada cuando se manifestada en asamblea. Esta situación creó en la aldea gran inquietud pues sus tierras, carecían de respaldo escrito.
                    A partir de esa fecha todo acto de compraventa, además del acuerdo oral en asamblea debería ser registrado en documento para que se validase dicho acuerdo.



                    Comprenda pues, paciente lector, la demanda por parte de los nuevos compradores para que este maestro identificase sus tierras y redactase el correspondiente documento escrito. Pasaron ya sesenta años y todavía recuerda
las incomodidades sufridas midiendo fincas cubiertas de nieve y con temperaturas bajo cero.
                    Aquí entra de lleno, ahora sí, aquel refrán ya referido en el anterior artículo:
                                    Donde hay papeles callan barbas  
                   
                   


1 comentario:

  1. Como la vida misma Juan,... nos estás relatando el justo momento en el que los tratos verbales dieron paso a los contratos,... un pequeño hito histórico!

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