¡Que viene el lobo!
¡El lobo feroz! ¡Que viene el lobo y te come! Frases tan frecuentes
en los cuentos de las abuelas cuando
asustaban a los niños que se portaba mal.
Han pasado los años y el lobo se encuentra ahora en
peligro de extinción. ¡Salvemos al lobo ibérico! Es un tema habitual en la
televisión y prensa escrita.
Sin
embargo el lobo era una pesadilla para los pastores de ovejas en las tierras
altas de la comarca de Os Bolos
(Ourense) en las que encajo este relato en los años cincuenta del pasado siglo.
Seoane era una aldea remota, aislada. Con un paisaje duro y hermoso al tiempo. En aquellos años no tenía comunicación
por carretera, ni electricidad en sus casas.
El lobo estaba presente en el quehacer diario
de los vecinos como el
dañino animal que mermaba sus rebaños. Era
un tema obsesivo y preocupante, siempre presente en sus conversaciones.
Incluso los niños en sus juegos no se
divertían con la pelota –que no conocían– ni con el trompo, ni a los juegos tan
conocidos a esas edades. Jugaban a los lobos.
Unos hacían de lobos y otros de
cazadores. Construían cuevas en la nieve
y simulaban apuntar al lobo –con palos que simulaba escopetas de caza– que
debía caer muerto, por supuesto. Pero al final
se peleaban entre ellos porque todos querían ser cazadores y ninguno de
ellos el lobo.
He aquí varios episodios
acontecidos en estas tierras de lobos y que relato como testigo
presencial de los mismos cuando fui
maestro durante dos cursos allá por los años 50.
El aprisco de montaña
Un rebaño de doscientas ovejas al cuidado de un pastor
fue dejado una noche en un aprisco con un cierre de piedra de más de tres
metros de altura en la creencia de que sería insalvable para el lobo.
El pastor bajó a dormir
tranquilamente en su casa en la aldea. Durante la noche una manada de lobos saltó al
aprisco e hizo tal carnicería que solamente veinte ovejas resultaron ilesas. Las
restantes quedaron muertas o malheridas con una profunda dentellada en el cuello. Este carnívoro cuando se encuentra con numerosas piezas de caza, su instinto
le lleva a matar a todas sus víctimas.
Las restantes ovejas, mordidas en el cuello, balaban tristemente
en su agonía. En su huida y para salvar la
altura del cierre, amontonaron ovejas
muertas sobre el muro, a modo de escalón. Tengo grabada en la memoria la imagen de una fila de paisanos
a caballo volviendo al pueblo tras el ataque de los lobos con las ovejas
muertas colgadas de los arreos de la montura.
O can de Manuela a Polaina
Otros
episodios aunque no tan cruentos:
En las grandes nevadas todo está cubierto con una gran capa de nieve y no
es fácil para el lobo encontrar presas a su alcance. Bajan entonces a la aldea
en busca de alimento. No encuentran ovejas, protegidas en sus establos y buscan
otra comida más accesible
Recuerdo
las noches poco silenciosas de invierno. Un continuo ladrido de perros dificulta el sueño de los aldeanos.
Ladra un perro, luego el de más allá; a estos se les une los ladridos de todos
los canes del poblado. Pero cuando perciben el olor del lobo que baja de la
montaña en busca de alimento ya escaso, callan de
súbito, al parecer paralizados de terror. El profundo silencio sólo es interrumpido
por el seseo suave que produce la nieve azotada por el viento. Con toda tranquilidad
el lobo –o los lobos– devoran un par de perros. A la mañana siguiente, a la entrada
en la escuela los niños comentan que el lobo se comió el perro de Xe de Orosa y el
de Manuela la Polaina.
Y yo con frecuencia por las
mañanas, al abrir la puerta de mi casa, veía claras y enormes las huellas de
lobos que durante la noche habían husmeado el lugar buscando saciar su hambre desesperada. Al parecer yo
no era plato de su agrado.
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