martes, 30 de agosto de 2016


Durante los 93 años de mi peregrinaje por esta preciosa tierra mis neuronas están llenas de episodios, de recuerdos, de hechos ordinarios, tranquilos y de una vida pacífica y sin sobresaltos. En este formato que hoy  inicio, y en sucesivas etapas pretendo dar a conocer esos recuerdos que sin darnos cuenta -como pequeños ladrillos- van conformando nuestra vida. Anécdotas curiosas, sin importancia pero dignas de sacar a la luz.

Sonidos del pasado

Los zuecos


                   Datemos un acontecimiento: curso escolar 1938/39, finales de una guerra civil en la que se estaba desangrando España.
                   Era un jueves; día de la semana en el que se celebraba el mercado semanal y feria de ganado cerca de la Alameda, detrás de la capilla de Santa Susana. Esta feria de ganado  era en aquel tiempo una de las más concurridas de esta comarca. A Santiago acudían  los propios feriantes y multitud de vecinos de los pueblos y aldeas  hasta de 40 km de distancia.

                                      Salida de la feria de Santa Susana, sobre 1926

  Para su transporte utilizaban los camiones que, indistintamente, llevaban ganado y pasajeros. Otros acudían a pie después de varias horas de camino. No había transporte ordinario de pasajeros.
                   Motivos para este viaje no les faltaban. Santiago era y es centro universitario, academias oficiales y privadas de estudios medios, sede arzobispal, y un núcleo comercial y judicial muy importante; circunstancias todas por las que era obligado acudir frecuentemente.
                   En aquel tiempo todavía estaba en uso el zueco y la mayoría de los que acudían a Santiago lo hacían con este tipo de calzado. Para evitar su desgaste le clavaban por el fondo una serie de pequeñas puntas con la cabeza muy ancha,  muy ruidosas caminando sobre piedra.

   Con 50 años en paro obligatorio

                   Este autor, estudiante de bachillerato, sentado al lado de la ventana que daba a la Rúa Nova, contigua a la iglesia de Salomé, hacía sus deberes y desde allí contemplaba la continua circulación de personas en uno y otro sentido, la mayoría de ellos calzados con zuecos. Este calzado, con sus clavos originaba sobre las losas de la rúa un ruido ensordecedor alcanzando su máximo volumen sobre las doce de la mañana. Las fachadas de las viviendas hacían de eco y el conjunto de losas y paredes, a modo de caja de resonancia, aumentaban  más su intensidad.  Asemejaba como si cientos de carracas sonasen al mismo tiempo.
                    Poco a poco iba disminuyendo la cadencia del ruido así como su volumen. Sobre las dos de la tarde la rúa se quedaba de nuevo en quietud y silencio.
                   Pasaron … muchos años y todavía este ruidoso traqueteo lo tengo grabado en mi memoria. Algunas veces, cuando oigo un ruido parecido al traqueteo de que produce un caminante con zuecos, mentalmente me veo sentado al lado de la ventana memorizando la lista de los reyes godos, o la de los libros del Antiguo Testamento, a la antigua usanza, claro.