viernes, 17 de marzo de 2017

Tierra de lobos

¡Que viene el lobo!


¡El lobo feroz! ¡Que viene el lobo y te come! Frases tan frecuentes en  los cuentos de las abuelas cuando asustaban a los niños que se portaba mal.
Han pasado los años y el lobo se encuentra ahora en peligro de extinción. ¡Salvemos al lobo ibérico! Es un tema habitual en la televisión y prensa escrita.
 Sin embargo el lobo era una pesadilla para los pastores de ovejas en las tierras altas de la comarca de Os Bolos (Ourense) en las que encajo este relato en los años cincuenta del pasado siglo. Seoane era una aldea remota, aislada. Con un paisaje duro y hermoso al tiempo. En aquellos años no tenía comunicación por carretera, ni electricidad en sus casas.
El lobo estaba presente en el quehacer diario de los vecinos como el dañino  animal que mermaba sus rebaños. Era un tema obsesivo y preocupante, siempre presente en sus conversaciones. Incluso los niños   en sus juegos no se divertían con la pelota  –que no conocían ni con el trompo, ni a los juegos tan conocidos a esas edades. Jugaban a los lobos.


 Unos hacían de lobos y otros de cazadores. Construían  cuevas en la nieve y simulaban apuntar al lobo –con palos que simulaba escopetas de caza que debía caer muerto, por supuesto. Pero al final  se peleaban entre ellos porque todos querían ser cazadores y ninguno de ellos el lobo.
He aquí varios episodios   acontecidos en estas tierras de lobos y que relato como testigo presencial de los  mismos cuando fui maestro durante dos cursos allá por los años 50.

El aprisco de montaña


Un rebaño de doscientas ovejas al cuidado de un pastor fue dejado una noche en un aprisco con un cierre de piedra de más de tres metros de altura en la creencia de que sería insalvable  para el lobo.


El pastor bajó a dormir tranquilamente en su casa en la aldea. Durante la noche una manada de lobos saltó al aprisco e hizo tal carnicería que solamente veinte ovejas resultaron ilesas. Las restantes quedaron muertas o malheridas con una profunda dentellada en el cuello. Este carnívoro cuando se encuentra con numerosas piezas de caza, su instinto le lleva a matar a todas sus víctimas. Las  restantes  ovejas, mordidas en el cuello, balaban tristemente en su agonía. En su huida y para salvar la altura del cierre, amontonaron  ovejas muertas sobre el muro, a modo de escalón. Tengo grabada en la memoria la imagen de una fila de paisanos a caballo volviendo al pueblo tras el ataque de los lobos con las ovejas muertas colgadas de los arreos de la montura.

O can de Manuela a Polaina


Otros episodios  aunque no tan cruentos:
 En las grandes nevadas  todo  está cubierto con una gran capa de nieve y no es fácil para el lobo encontrar presas a su alcance. Bajan entonces a la aldea en busca de alimento. No encuentran ovejas, protegidas en sus establos y buscan otra comida más accesible
Recuerdo las noches poco silenciosas de invierno. Un continuo ladrido de perros dificulta el sueño de los aldeanos. Ladra un perro, luego el de más allá; a estos se les une los ladridos de todos los canes del poblado. Pero cuando  perciben el olor del lobo que baja de la montaña  en busca de alimento ya escaso, callan de súbito, al parecer paralizados de terror. El profundo silencio sólo es interrumpido por el seseo suave que produce la nieve azotada por el viento. Con toda tranquilidad el lobo o los lobos devoran un par de perros. A la mañana siguiente, a la entrada en la escuela  los niños comentan  que   el lobo se comió el perro de Xe de Orosa y el de Manuela la Polaina.


                      Y yo con frecuencia por las mañanas, al abrir la puerta de mi casa, veía claras y enormes las huellas de lobos que durante la noche habían  husmeado el lugar  buscando saciar su hambre desesperada. Al parecer yo no era plato de su agrado.