domingo, 24 de marzo de 2019

Los coches de gasógeno


Poco después de terminada la Guerra Civil     

    

En este relato retrocedemos en el tiempo y anclamos nuestros recuerdos en los años posteriores a la Guerra Civil, contienda que durante tres años  dejó asoladas ciudades y pueblos y se saldó con  más de un millón de muertos.

Un adolescente en la postguerra


                        Este relator estaba en plena adolescencia. Vivía en una pequeña villa gallega muy lejana de los campos de batalla, pero el pueblo sufría las consecuencias de esta contienda con muchísimas carencias de materias primas especialmente de productos alimenticios. Tanto que la Administración organizó su control a base de racionamientos distribuidos mediante cartillas familiares que entregaban en los municipios y que contenían unos cupones para poder adquirir legalmente pan, aceite, azúcar y otros productos básicos.
Pero el tema de las Cartillas de Racionamiento merece un relato propio y hoy me quiero centrar en otro, de más gratos recuerdos.


El paso de un coche por la carretera general era casi un espectáculo


Los enormes gastos derivados  la contienda dejaron a la nación sin recursos para su reconstrucción y sin divisas para importar combustible ya que España carecía de fuentes propias de suministro de petróleo.
                        La circulación de vehículos a motor era por este motivo muy escasa. Recuerdo que en aquel  tiempo el  paso de un coche por la carretera general era casi un espectáculo y lo celebrábamos con mucha admiración.


Y llegó el gasógeno


                        Se  propuso subsanar y sustituir esta falta de petróleo con otro combustible, el llamado gas pobre que se obtenía mediante una  combustión incompleta de madera en una caldera que se colocaba en la parte posterior del vehículo a modo de joroba. Este gas se inyectaba  mediante sencillos cambios en el motor. El mecanismo no era muy complicado y un mecánico hábil era capaz de construirlo sin demasiada dificultad. Se podían también comprar y adaptar  a cada vehículo. 


Y de combustible, piñas y garabullos


Este tipo de combustible adolecía de capacidad energética y era muy inferior al de la gasolina por lo que los vehículos carecían de la potencia necesaria para una marcha regular. Se debía recurrir con frecuencia a marchas cortas para ganar potencia. El sistema era sin duda ingenioso, solo necesita de leña que no faltaba en el monte. 



Ahora un coche para en la gasolinera, llena el depósito y en marcha. El gasógeno era sin duda barato, pero más complicado. Para salir de viaje había que abrir la caldera, limpiar las cenizas del viaje anterior, repostar con la madera bien cortada, prenderle fuego, cerrar la caldera y cuando la llama ardía con intensidad, cerrar una válvula que regula la entrada del aire y así obtener la combustión incompleta. El gas obtenido, rico en monóxido de carbono, se inyectaba en el motor y a correr y no digo mal. Y si no espere el lector a leer lo que a continuación le cuento

¡A por uvas!


En mi pueblo teníamos un equipo de fútbol y competíamos con los equipos de las villas cercanas. Para los desplazamientos contratábamos una camioneta   que era usada para  transporte de áridos. En ella estibados, subíamos los componentes del equipo y todos los aficionados  Y así, sentados unos y colgados otros partíamos hacia el campo contrario.



                       
Nuestra marcha era lenta por el exceso de carga y en  las pendientes muy acusadas circulaba a paso de persona. Por el  tiempo de la maduración de las uvas  había  muchas viñas bajas cerca de la carretera y nos daba tiempo a apearnos, "vendimiar" unos cuantos racimos y corriendo alcanzábamos de nuevo la camioneta que fatigosamente intentaba  finalizar la cuesta.



Al calorcito de la joroba


                        Pasaron más de setenta años de estas aventuras juveniles y todavía las recuerdo con añoranza.  Nuevos combustibles, nuevas técnicas entraron en estos vehículos y aquellas antiestéticas jorobas de  del gasógeno de los coches desapareció de las carreteras y se convirtieron en chatarra. Bueno, puedo dar fe de que todavía en la actualidad una caldera de gasógeno está funcionando en la vivienda de una vecina de mi pueblo pero no como joroba de un coche; se le dio otros usos  más tranquilos y entrañables. No produce gas pobre sino un agradable calorcito durante los fríos inviernos a modo de estufa colocada en la “lareira” de su cocina.                 

lunes, 11 de marzo de 2019

Faenas agrícolas de otros tiempos, la malla

Una hermosa aldea de tejados de pizarra

Un pequeño poblado de la Galicia interior a más de mil metros de altitud y a mediados del siglo pasado. Sus vecinos dedicados exclusivamente a la ganadería y agricultura. Una iglesia parroquial; un trozo de monte que hacía de cementerio; una numerosísima cabaña de ganado vacuno y bovino. 
Una escuela y un maestro quién, hace sesenta años, trataba de dar cultura y vida a treinta alumnos con años de retraso escolar.
La aldea tenía apenas setenta casas de piedra, achaparradas, abigarradas unas contra otras e incrustadas en un paisaje de tejados de pizarra. El pueblo más cercano estaba a tres horas de marcha por un camino solo apto para monturas o a pie. Imposible de transitar en los peores días de invierno.



Pan para los hombres, forraje para los animales

La principal labor agrícola era el cultivo de centeno; alimento básico para las personas y forraje para los animales. Esta planta admite tierras muy  pobres en nutrientes y soporta bien las oscilaciones climáticas.
Para centrar el contenido del tema quiero recordar las labores propias del cultivo del centeno. Esta planta se siega al llegar a su madurez. Cuando corresponde  se deposita en el suelo con el  fin de soltar el grano de la espiga mediante la malla. El piso, para esta faena, debe de estar liso, firme y aislado del suelo de tierra. De esta manera los golpes con el mallo son más efectivos y se evita que el grano se mezcle con la tierra y la arena de la era.



¿Dónde mallar el centeno?

Al llegar a este punto debo aportar más información para realzar la originalidad de esta labor agrícola. Y espero que no sea enojosa y molesta a la sensibilidad del lector.
En la aldea había una poza de uso comunal y en ella se iban depositando los excrementos de las vacas, la bosta, que los animales iban dejando en su deambular por monte y caminos. Durante todo el año esta fosa se iba rellenando con los continuos aportes de este material orgánico. 



Jugando camino de la escuela

La recogida de estos montoncitos era llevada a cabo, principalmente, por los niños. Cuando venían para la escuela, además de su pizarra y cuaderno, traían, unos, un envase de lata, otros más hábiles, manejaban un carrito de juguete hecho con cuatro tablas y ruedas de madera.  Y así iban recogiendo las bostas que encontraban por el camino. Antes de entrar  aparcaban su transporte en la pared exterior del edificio y empezaban sus tareas escolares.
Al terminar las clases recogían de nuevo el carrito y  seguían con la faena. Cuando convenía  la mercancía eran vaciada en la poza comunal y así un día y otro día.




El día de la malla

Tras la siega del centeno se preparaba el lugar de la malla. Se limpiaba el terreno de piedras y se alisaba dejándolo perfectamente plano. Con la bosta se hacía una masa homogénea y se extendía sobre el terreno. El calor del verano iba evaporando la masa y al cabo de un tiempo quedaba una costra dura y flexible a modo de grueso cartón formada por las fibras vegetales sin digerir y materia orgánica.
Hay que decir que en absoluto olía mal y su aspecto, si obviamos su origen y una vez seca, no parecía mal.


Respetables faenas extraescolares

Curioso dilema se le presentaba a este maestro. No podía prohibir estas faenas a mis alumnos pues en cierta manera era un medio de subsistencia que estaba integrado en sus usos y costumbre  centenarias. Lo resolví respetando esta tareas extraescolares e intentado incorporar normas básicas de higiene en los chavales.
Solamente una última reflexión:  si algún lector se ha sentido molesto  por este relato, le pido perdón, tal como lo vi lo cuento ahora. Gracias.