viernes, 5 de octubre de 2018

Ritos mortuorios en la Galicia rural


Funeral a la antigua usanza    

Suenan las campanas  

La pasada noche falleció mi vecino y amigo Francisco o Costureiro.
Me enteré esta mañana por el repique de las campanas. Estas suenan con una cadencia especial cuando anuncian un fallecimiento. Si fuese un niño, esta cadencia sería muy rápida, casi alegre, tocarían a gloria, pues creían que la criaturita iría directamente al cielo. Hoy suenan lentas. Con esa misma cadencia de la nieve que cae. Esto es un recuerdo


El velatorio

 En esta aldea de la alta montaña ourensana celebraban las ceremonias fúnebres siguiendo unas costumbres heredadas de remotas tradiciones que  aquí relato con detalle y con una lejanía en el tiempo de sesenta años.
El velatorio se celebraba en la casa del propio difunto al que asistían familiares y vecinos.  Durante el mismo, apenas había conversaciones, todo eran susurros; nunca mencionaban el nombre del difunto, lo sustituían por  o difuntiño  pero añadiendo la jaculatoria  que Dios lo tenga en la gloria.




  Las mujeres, sentadas en torno al ataúd acompañaban a la viuda. La luz de las velas daba un aspecto de recogimiento singular. Apenas se oían unos murmullos y de vez en cuando una plegaría. Todas se cubrían la cabeza con un pañuelo negro como muestra visible de luto. El recuerdo del difunto flotaba en el ambiente como si estuviese todavía gobernando  las actividades de la familia. Los hombres, en la cocina en torno al hogar, charlan quedo de sus cosas y caliente el cuerpo con un aguardiente.

Hay que llamar al párroco

 Antes de dar sepultura al cadáver era necesario realizar una serie de diligencias; para ello se desplazaba un grupo de vecinos   a las aldeas cercanas para informar a parientes y conocidos de la noticia del fallecimiento.


Aldeas que distaban generalmente dos horas de camino por estrechos senderos de montaña. Debían además ponerse en contacto con el párroco residente en otra parroquia, bajar al pueblo para encargar  el ataúd, dar cuenta oficial de este suceso a las autoridades y demás obligaciones propias del caso.

La ceremonia

Los funerales se celebran con el ataúd cerca del altar. La propia ceremonia litúrgica era dirigida por el párroco celebrando una misa con todas las letanías propias de esta liturgia. Recuerdo esa letanía lenta, ese diálogo cantado entre el sacerdote en el altar y el sacristán colocado al fondo de la iglesia.
Las mujeres que asistían a la ceremonia arrodilladas unas y sentadas otras. Todas con un recogimiento muy especial. Recuerdo también con claridad esa luminosidad de las decenas de velas que tenían en las manos. Con sumo cuidado aderezaban el pabilo, volvían a introducir en la llama las gotas de cera derretidas que caían en la pizarra que a modo de bandeja sujetaba la vela. En cierta manera, esta actitud contemplativa y continua de cuidado de la llama en comunidad, las sumergía en un estado mental muy especial.
Los hombres con chaleco y pantalón de pana, boinas en sus    manos y calzados con zueco de altas suelas de madera, ocupaban los fondos de la iglesia.
A veces el párroco no podía asistir a los cultos pero o difuntiño no quedaba sin funeral o acto similar. El sacristán o una beata suplían esta ausencia  desgranando un rosario con sus correspondientes letanías.

El entierro

Sin otra ceremonia se procedía al traslado del cadáver al cementerio. Un lugar de una sencillez y sobriedad primitiva. En realidad, era un trozo de monte llano, rectangular, circundado por un muro de pequeñas piedras   sin entrada principal. E su interior, pequeñas parcelitas señalaban antiguas enterramientos.
La caravana iba camino del cementerio en fila india por las dificultades del camino  cubierto con más de una cuarta de nieve. Todos en silencio.  Algunas mujeres murmuraban oraciones con su rosario en la mano: otras  en voz alta manifestaban las virtudes y buenas obras de Francisco, unas reales y otras imaginarias.


                 En el cementerio ya estaba preparada la fosa que habían cavado  dos vecinos. En esa época del año, las primeras capas de tierra permanecían heladas y era necesario el uso de pico y pala.
                 Llega la comitiva al cementerio. Los portadores se acercan a la fosa y proceden a dar sepultura al amigo Francisco. Las mujeres, ajenas a este acto de enterramiento su dirigen directamente hacia los sepulcros de sus allegados. Limpian el terreno de escombro, colocan pequeñas ramitas delimitando la fosa, juntan sus manos y mirando al cielo, rezan a viva voz mezclando  gemidos lamentos  y llantos recordando a sus difuntos.

Polvo eres

                    Así cumplió el amigo Francisco o Costureiro con el ciclo de la vida y la muerte entregando su cuerpo a la madre tierra que le vio nacer
A este narrador todavía le suenan las letanías cantados por el cura en el altar y contestados por el sacristán  en la liturgia de los funerales y esa luz tenue de las velas que al tiempo que mostraba lo ocultaba todo.