martes, 19 de diciembre de 2017

Xe de Orosa y la Santa Compaña

                    
                   En esta brumosa Galicia  persiste, especialmente en las zonas rurales, una serie de mitos y leyendas que se transmiten y comentan oralmente en las largas noches invernales, sentada la gente mayor en incómodos escaños al pie de un abundante fuego de raíces de torgo  mientras los más pequeños dormitan recostados su primer sueño.


La Santa Compaña      

            

 Posiblemente por el proceso de globalización cultural y social en la que estamos inmersos, estos mitos se van perdiendo en la cruda realidad de los aparatos electrónicos que se van imponiendo y dejan ya poco margen para la imaginación y para el misterio.
                   Uno de estos mitos, a mí entender uno de los más curiosos, es el de la Santa Compaña (Santa Compañía)  que es además exclusivo de esta región y con un origen tan remoto que se pierde en la memoria de los tiempos.
                   Aunque tiene pequeñas variaciones según la comarca de la que se toman referencia es una concepción  diferente y en otro plano  del misterio de la  vida/muerte. Difiere de la interpretación clásica que presentan casi todas las sociedades humanas que colocan a las almas de los fallecidos en uno de los dos mundos  según los méritos o deméritos que hayan tenido en u vida terrenal.

                   En la mística de esta leyenda galaica las  ánimas de los difuntos no gozan de méritos o deméritos. Al desprenderse de su cuerpo   se unen a la cola de una procesión de “ánimas” que vagan eternamente en procesión continua por valles y montes durante las umbrías noches de invierno  portando faroles y sólo se muestran a nosotros los mortales para augurar desastres o para anunciar  el próximo fallecimiento al que tuvo  una visión.

                
   Aclarado esta cuestión quisiera relatar un caso concreto de una persona que en sus charlas con el redactor de esta historia contaba su experiencia sobre este tema.


Esto sucedió en la alta montaña ourensana


Poblado sin comunicación vial ubicado en la comarca de Os Bolos y con estribaciones de Peña Trevinca toda cubierta de nieve en el horizonte cercano.
Este maestro enseñaba a leer, escribir, contar  y demás materias culturales a una treintena de niños para que en su día pudieran integrarse a la vida de estas tierras duras y gentes bravas.


Xe de Orosa


Durante las interminables noches invernales compartía tertulia con los vecinos, especialmente con Xe de Orosa, amigo y vecino de puerta, alrededor de la hoguera mientras fuera caía mansamente la nieve y de los tejados colgaban grandes carámbanos.  
                  
De profesión cantero en su etapa laboral y jubilado ya hace bastantes años. Recuerdo todavía su imagen sentado en la lareira tratando de liar un cigarrillo con picadura de tabaco troceando las hojas  que  compraban  en la taberna. Liaba unos pitillos gruesos y mal hechos, pasaba la lengua por la zona de pegamento del papel de fumar y le prendía fuego con una ascua. Me  imponía el ánimo al contemplar sus gestos como fumador: eterno tosedor con esa tos convulsiva en la que daba la impresión de asfixia. Pasada la crisis volvía con el relato sólo interrumpido por sus espasmódicos tosidos.  


El bastón de Xe


                    Me contaba esas historias que tanto gustan a los viejos. Por ellas supe los modos de vida de estas gentes, sus ansias, sus intimidades y también de su propia experiencia con la Santa Compaña.  Este amigo Xe estaba obsesionado con su muerte que creía inminente y tenía que resolver el problema de la entrega de su bastón a otro vecino antes de incorporarse a la procesión de las ánimas como nuevo miembro de la misma.


                   Para él era una obligación la entrega de su bastón a modo de testigo al vecino que iba  fallecer a continuación y estaba angustiado por las dudas de su  entrega.
                   Era tan intenso su deseo de entregar el testigo al futuro miembro de esta Santa Compaña que en mis últimas conversaciones con él me había implicado en esta elección rogándome le ayudase. Recuerdo todavía sus súplicas: señor maestro, usted que es un hombre estudiado, ayúdeme a buscar a  quién entregar el bastón. Por supuesto y con toda la amabilidad  le respondí que  era su decisión personal en la que no podía intervenir.
Por motivos de mi cambio de destino dejé ese poblado y el amigo Xe de Orosa se quedó con la indecisión de elegir sucesor.
                   En la interminable procesión de ánimas estará ahora este amigo ourensano y muchos, muchos más, augurando desastres y señalando nuevos miembros.







sábado, 2 de diciembre de 2017

Xaquín el carretero

                                               

Tarde de otoño en una aldea de Galicia


Era una tarde de un plácido día otoñal. El sol se iba ocultando lentamente y este maestro de una escuela rural de Galicia había terminado su  jornada.
Sus alumnos salían bulliciosos de clase.


Sentado, con un montón de cuadernos a su lado corregía los deberes del día  y echaba ojeadas hacia el horizonte lejano con el Pico Sacro compostelano en primer plano. 
                   Es ésta una de las muchas situaciones que todavía recuerdo con añoranza. Anécdotas sin apenas valor testimonial, nimiedades  que obstinadamente acuden en clarísimas imágenes como si las estuviese viviendo ahora mismo.
         Seguía corrigiendo los cuadernos  y el sol seguía su pausado camino hasta ocultarse en  el horizonte.

Los ejes de la carreta de Xaquín


               Un sonido agudo como el de las notas altas de la gaita gallega se venía oyendo,  cada vez con más intensidad.  Conocía su procedencia: era el carro de mi amigo Xaquín o Lobato.


 Como todos los días a la misma hora  portaba su carga de troncos de pino circulando por los caminos de monte. El trayecto hasta la carretera comarcal era de apenas 5 Km. Allí la carga era recogida por un camión preparado para esta tarea.
                   

El  eterno y apagado cigarrillo pegado a sus labios


El amigo Xaquín era para mí un personaje  singular. Llevaba bien sus cincuenta años.  Era pequeño, enjuto, con su abundante cabellera saliendo por debajo de la boina. Caminaba  al paso lento de las vacas con su eterno y apagado cigarrillo colgado de sus labios. No sabía leer ni escribir,  pero era gran conocedor del ambiente rural en el que  siempre había vivido.



 En una ocasión tuvo necesidad  estampar su firma para legalizar unos papeles. Me pidió le enseñase a firmar. Lo recuerdo  en pie  ante el encerado  de la escuela y tiza en mano sudando por el esfuerzo mental que hacia para copiar de una muestra los rasgos de su firma.  Nunca había salido de su aldea y conocía  de oídas que había otros pueblos, otros países. 

El carro de vacas 


 El carro de vacas de Xaquín con su estructura totalmente en madera producía al rodar un sonido característico; su eje de giraba directamente sobre la madera en dos puntos de apoyo   por lo que la hacía vibrar y producía dos agudas notas como de gaita gallega. Vibraba el eje y también  todo el conjunto del carro a modo de resonancia. La intensidad era tal que se dejaba oír a grandes distancias en campo abierto y el tono iba oscilando al compás de la velocidad del carro.

Cada carro con su cantar


                   Este recuerdo, de allá los años cincuenta,  está todo lleno  de una musicalidad de sones de carros en este poblado rural. En aquellos tiempos era el único medio de transporte,  a ciertas horas del día  y durante la época de mayor actividad agraria varios carros circulaba  por esos caminos rurales; cada uno con su característica creando una tonada llena de sonidos  de carros que circulaban por los varios caminos; imagen  tremendamente bucólica.   Los campesinos  del lugar tenían memorizado el “cantar” de cada carro y sabían exactamente por dónde rodaban y qué hacía cada uno de ellos.


                   Pero volvamos al amigo Xaquín con su carro cargado de madera de pino camino de la carretera comarcal más próxima. Este maestro conocía bien la “canción” de su carro y desde luego también conocía el florido lenguaje que continuamente  dedicaba a las sufridas vacas. Es una pena que no pueda expresar  sus palabras textuales pero sí diré que revolvía el cielo con la tierra dedicando a los personajes celestiales lindezas de todo índole. También tenía su repertorio para nosotros los mortales entre los que incluía vecinos, amigos,  padres y demás familias con duros adjetivos
                   Pero  no se quedaba sólo en palabras.  Con el largo varal que llevaba siempre consigo  animaba  a las vacas cuando estas mostraban flaqueza o imposibilidad.
                   Los animales, ante el castigo protestaban y su protesta junto con el sonar de los ejes y los improperios de Xaquín  terminaban, siempre, provocándome una larga sonrisa.

La catedral y Xaquín    

            

Un día, creo, que era  día festivo, lo invité a que me acompañes a Santiago a dar un paseo  en mi recién estrenado “seiscientos” para que conociese mundo.

                   Durante el recorrido miraba para todo y se asombraba con todo lo que veía. Casi le dio un vértigos cuando paseando por la zona antigua veía los grandes y majestuosos monumentos y la catedral. Regresamos, tomamos unos vino por el camino y el  amigo Xaquín no salía de su asombro.  Al dejarlo junto a su casa sólo pudo decirme:
                  

                    Por eso, señor maestro, ¡¡qué grande es el mundo!!


sábado, 21 de octubre de 2017

Accidente de tráfico en a Illa de Arousa en los años 50

 A Illa de Arousa  


Situémonos en los años cincuenta del pasado siglo y busquemos refuerzos en los recuerdos de mi ya débil memoria  para relatar un  curioso pero insólito acontecimiento en un pueblecito marinero, a Illa de Arousa, situada en la ría del mismo nombre,  entre las provincias de Pontevedra y Coruña. Paisajes marinos llenos  de encanto y con imágenes  de gran belleza natural.



Un pueblecito marinero con 9 fábricas conserveras


 Este pueblecito marinero estaba habitado en aquella época por  cinco mil vecinos. Nueve fábricas de conservas de pescado -sí, dije nueve fábricas- elaboraban la mayor parte de la  materia prima que era aportada por la numerosa flota pesquera  isleña.
                   La casi totalidad de los hombres en edad laboral se dedicaban a la faena del la pesca y la mayor parte de las mujeres trabajaban como operarias de las conserveras.  El numerosísimo censo infantil, memorizando en las escuelas las materias tradicionales de estudio y aprendiendo vida.


 Gente sencilla y amable


 Estos pobladores isleños eran  gentes, sencillas, de mente sana, sin inhibiciones  en su trato social  y portadores de una idiosincrasia especial diferente de las otras gentes de la Galicia interior. Su lenguaje coloquial era extremadamente y rico, florido y con esa característica del “jejeo y seseo” en sus charlas lo que les daba una especial musicalidad.


El primer coche de a Illa de Arousa


En  esta intensa  actividad industrial de la isla  tenía que haber continuos traslados de materias primas pero no había circulación rodada con tracción animal. Los únicos medios de transporte los hacían las mujeres llevando a la cabeza las mercancías y a veces usando carros de dos lanzas arrastrados también a mano.
Una de estas factorías, a  la que le dediqué varios años de mi vida como técnico de la conserva, decidió modernizar este sistema de transporte y adquirió una camioneta de tercera mano, claro, en un taller de vehículos de ocasión  en la cercana ciudad de Vigo.



A Cachonda circula por a Illa


Después de las delicadas maniobras de embarque  y desembarque se planta en a Illa este flamante medio de transporte. Empieza a circular ruidosamente por las pistas y caminos de este pueblo con su motor sin silenciador. Grande fue la estupefacción de los propios isleños pues algunos mayores y casi la mayoría de los niños   no había visto nunca circular un coche. Era pues un insólito espectáculo ante los curiosos ojos de estas gentes mayores  y un gran asombro  de la numerosa población infantil

Los isleños, dotados de un gran humor y fina ironía, lo bautizaron de inmediato con el        pomposo nombre de  “a Cachonda”.
  Compruebe, amable lector, la fotografía adjunta y se dará cuenta de lo bien que le cae esta nombre al vehículo.
              

El primer accidente de tráfico de a Illa de Arousa   

     

El recorrido del a Cachonda por las pistas y caminos de a Illa creó un preocupante problema de seguridad. Los niños, al salir del colegio, corrían todos hacia el vehículo que carecía de autorización legal y de seguro obligatorio.
                   Estos niños se agolpaban a las orillas de los caminos, corrían  delante de la camioneta y detrás de la misma dificultando su ruidoso rodar e impidiendo que desarrollase sus más de 30km/h, velocidad normal de crucero.
                   En una ocasión conducía el vehículo este narrador, todavía sin permiso legal, por una estrecha callejuela. De repente un grupo de niños sale de una esquina  y se pone delante de la camioneta y arremete contra la misma. Y así aconteció el primer accidente de tráfico en la historia de esta isla.     

¡¡Tumulto de gente, llaman al 112, acude la policía de tráfico, la ambulancia medicalizada, y el equipo de atestados…!!

 Pero, ¡¡qué estoy diciendo!!  Este accidente no sucedió en la actualidad  sino hace casi setenta años. Pido perdón: mi memoria se trabucó  e invirtió la dirección  de la flecha del tiempo.
                   En realidad, el niño accidentado tenía un pequeño rasguño en un dedo y lloraba desconsoladamente porque había manchado la hoja del cuaderno de  deberes y temía el castigo del maestro.
A Cachonda con su ronroneo suave de motor ya viajado contemplaba la escena y sonreía. O eso me pareció ver.

                  


martes, 10 de octubre de 2017

Mal le va a la raposa cuando anda a los huevos


La frase que hoy da título a esta publicación era de uso corriente en el lenguaje coloquial de una pequeña comarca de la Galicia rural.
En cierta manera se utilizaba  a modo de refrán cuando se hacía referencia a aquellas personas que van por la vida con graves problemas de salud.

La raposa en la Galicia rural     

        

En él se hacía mención a la raposa, temible alimaña depredadora de gallineros y otras aves de corral. Gallinero en el que entraba hacía gran desastre matando a todos los animales que no lograban huir aunque  se llevase solo una para comer. Pero no de todas ellas salía con bien. Algunas veces esta cazadora eran su vez cazada por el dueño del corral o por sus perros guardianes.

La raposa va de procesión


En este caso era costumbre que dos hijos del cazador o de un vecino recorriesen la parroquia portando a hombros esta alimaña atada a un palo por las cuatro patas. Visitaban casa por casa, mostraban la pieza cazada y pedían un par de huevos. Gustosamente aceptaban los vecinos esta petición. Al terminar la ronda volvían para su casa con varias docenas de huevos. Las gallinas quedaban liberadas de su depredador, y seguían su diaria faena de reponer el nido.

Dos huevos por una raposa muerta


                   Volvamos virtualmente a los años sesenta y cinco del pasado siglo. Este narrador, maestro de una  escuela rural, estaba sentado en el jardín leyendo la prensa  inundado por los todavía cálidos rayos de un sol otoñal. Hacía largo rato que los niños habían salido de la sesión de la tarde y ya se proponía programar la labor del día siguiente cuando vio llegar dos chavales que portaban una raposa muerta. Le hago entrega gustosamente del par de huevos pues también este maestro tenía gallinero y agradecía verse libre de ese depredador de gallinas.
                   Quedamos charlando un rato y  les propuse un trato: les compraba la raposa por cinco duros (25 pesetas de las de entonces). Aceptaron  y se volvieron para sus casas muy contentos.
                   La piel curtida de este animal es muy apreciada a modo de alfombra en las salas de las casas bien.

El herrero filósofo


                   Sigamos con los recuerdos de aquella época. Durante las eternas noches invernales solía visitar al Sr Manuel, herrero de profesión y vecino de puerta. Estaba  entrando en los noventa y era un pozo de ciencia. Me admiraba que con su poco vocabulario y poca formación cultural era capaz de enfrentarse a temas de difícil expresión. Era un pequeño filósofo, sarcástico, cazurro, astuto; solía emplear en su conversación toda una serie de refranes o frase ya hechas.

Mal le va a la raposa cuando anda a los huevos


Se me ocurrió un día preguntarle por el sentido profundo de este refrán que encabeza el texto. Se puso erguido, me miró ferozmente con sus ojos de herrero, retuerce su abundante mostacho y me responde con enojo:
                   Si la raposa  va de puerta en puerta muerta y colgada por las patas ¡¡¡Cómo piensa que le irá a este bicho…(omito aquí un fuerte vocablo gallego).

 La raposa un hermoso animal de nuestro campo


Ahora, desgraciadamente, pocas son las casas labriegas que aún  cultivan las tierras y tengan gallinas en sus corrales. Y en este punto la raposa ya no es ese animal temible que diezma la economía de la familia. Ahora oír sus aullidos en las noches de Galicia y ver su figura estilizada cruzar en un camino rural es una hermosa experiencia. Eso sí, no pongas a la raposa a cuidar de tu gallinero

                   Damos fin aquí a esta publicación. En otras enviaré  nuevos relatos ubicados todos ellos en este pequeño rincón de nuestra Galicia rural.

                   

lunes, 3 de abril de 2017

Los picapedreros

Bueno, este vocablo de picapedrero no define exactamente el significado del trabajo que realizaban los ganaderos  de mi relato. Sobre la marcha  lo iremos aclarando y  precisando.


Datamos estas escenas  a mediados del pasado siglo y la ubicamos en un aldea de alta montaña de la Galicia Interior. Pueblo de pastores y ganaderos casi como única actividad. 

El verano

Durante el verano unos pocos cientos de ovejas y  unos pocos menos cientos de vacas salen cada mañana hacia el monte. Allí  pacen libremente  y retornan  para sus establos al atardecer, antes de que la noche caiga sobre el poblado.





Durante estos meses la hierba es abundante y estos animales pacen hasta que se hartan. Los numerosos manantiales  de agua  completan su alimentación y con estos abundantes recursos la cabaña de ovejas y vacas se mantiene y progresa sin dificultad.

El invierno

Otro panorama se presenta en los meses del más crudo invierno. Las intensas nevadas cubren totalmente los pastos y las temperaturas con valores de muchos grados bajo cero, impiden la salida de las reses al monte  quedando estabuladas durante largas temporadas.


El heno  que se había segado durante el verano y la paja de centeno abastecen las necesidades alimentarias del ganado pero no hay suministro cercano de agua, especialmente para las vacas. La fuente y pozo contiguo estaban alejados de los establos.
Dado que el agua no podía llegar hasta el ganado, es el ganado el que va cada mañana hasta la fuente para abrevar y regresar de nuevo hacia su  establo.
Estas escenas del continuo paso de animales por cerca de mi casa  son la que pretendo recordar aquí. Los  caminos sirven de paso a personas, animales, carros de vacas y a las aguas de las abundantes lluvias. Pero no son  precisamente caminos fáciles. Fuertes pendientes de resbaladiza piedra  y grandes charcos de agua  invaden  gran parte de la calzada.

Abriendo caminos en el hielo

Durante  el invierno estas balsas de agua se congelan y se cubren con una gruesa capa de hielo; situación que impide el  caminar de estos animales con el riesgo de peligrosos resbalones y  caídas.


Estos sufridos ganaderos solucionan  el problema preparando  con anterioridad el camino.
Al amanecer, antes de la salida del ganado, se desplazan al abrevadero un grupo de hombres armados con picos y van  desmenuzando esta capa superior para así romperesta deslizante superficie. Preparado ya el terreno empiezan a salir en fila india todas las vacas desde sus establos hacía la fuente  próxima. Se mueven  en fila, nerviosas, asentando sus pezuñas  en el camino abierto en el hielo para evitar resbalones. Otra fila de animales regresa al establo después de abrevar.

Sonidos de tierras duras y hombres bravos

 Recuerdo también los  sonidos: mugidos de vacas sedientas que saben ya próxima el agua, los últimos golpes de las piquetas sobre el  hielo, rumor de voces quedas, ese otro mugido de sed saciada, satisfecha  y el extraño sisear de las pisadas sobre la nieve virgen de la mañana. 

viernes, 17 de marzo de 2017

Tierra de lobos

¡Que viene el lobo!


¡El lobo feroz! ¡Que viene el lobo y te come! Frases tan frecuentes en  los cuentos de las abuelas cuando asustaban a los niños que se portaba mal.
Han pasado los años y el lobo se encuentra ahora en peligro de extinción. ¡Salvemos al lobo ibérico! Es un tema habitual en la televisión y prensa escrita.
 Sin embargo el lobo era una pesadilla para los pastores de ovejas en las tierras altas de la comarca de Os Bolos (Ourense) en las que encajo este relato en los años cincuenta del pasado siglo. Seoane era una aldea remota, aislada. Con un paisaje duro y hermoso al tiempo. En aquellos años no tenía comunicación por carretera, ni electricidad en sus casas.
El lobo estaba presente en el quehacer diario de los vecinos como el dañino  animal que mermaba sus rebaños. Era un tema obsesivo y preocupante, siempre presente en sus conversaciones. Incluso los niños   en sus juegos no se divertían con la pelota  –que no conocían ni con el trompo, ni a los juegos tan conocidos a esas edades. Jugaban a los lobos.


 Unos hacían de lobos y otros de cazadores. Construían  cuevas en la nieve y simulaban apuntar al lobo –con palos que simulaba escopetas de caza que debía caer muerto, por supuesto. Pero al final  se peleaban entre ellos porque todos querían ser cazadores y ninguno de ellos el lobo.
He aquí varios episodios   acontecidos en estas tierras de lobos y que relato como testigo presencial de los  mismos cuando fui maestro durante dos cursos allá por los años 50.

El aprisco de montaña


Un rebaño de doscientas ovejas al cuidado de un pastor fue dejado una noche en un aprisco con un cierre de piedra de más de tres metros de altura en la creencia de que sería insalvable  para el lobo.


El pastor bajó a dormir tranquilamente en su casa en la aldea. Durante la noche una manada de lobos saltó al aprisco e hizo tal carnicería que solamente veinte ovejas resultaron ilesas. Las restantes quedaron muertas o malheridas con una profunda dentellada en el cuello. Este carnívoro cuando se encuentra con numerosas piezas de caza, su instinto le lleva a matar a todas sus víctimas. Las  restantes  ovejas, mordidas en el cuello, balaban tristemente en su agonía. En su huida y para salvar la altura del cierre, amontonaron  ovejas muertas sobre el muro, a modo de escalón. Tengo grabada en la memoria la imagen de una fila de paisanos a caballo volviendo al pueblo tras el ataque de los lobos con las ovejas muertas colgadas de los arreos de la montura.

O can de Manuela a Polaina


Otros episodios  aunque no tan cruentos:
 En las grandes nevadas  todo  está cubierto con una gran capa de nieve y no es fácil para el lobo encontrar presas a su alcance. Bajan entonces a la aldea en busca de alimento. No encuentran ovejas, protegidas en sus establos y buscan otra comida más accesible
Recuerdo las noches poco silenciosas de invierno. Un continuo ladrido de perros dificulta el sueño de los aldeanos. Ladra un perro, luego el de más allá; a estos se les une los ladridos de todos los canes del poblado. Pero cuando  perciben el olor del lobo que baja de la montaña  en busca de alimento ya escaso, callan de súbito, al parecer paralizados de terror. El profundo silencio sólo es interrumpido por el seseo suave que produce la nieve azotada por el viento. Con toda tranquilidad el lobo o los lobos devoran un par de perros. A la mañana siguiente, a la entrada en la escuela  los niños comentan  que   el lobo se comió el perro de Xe de Orosa y el de Manuela la Polaina.


                      Y yo con frecuencia por las mañanas, al abrir la puerta de mi casa, veía claras y enormes las huellas de lobos que durante la noche habían  husmeado el lugar  buscando saciar su hambre desesperada. Al parecer yo no era plato de su agrado.


                   

sábado, 11 de febrero de 2017

Sobre la lamprea y la empanada de lamprea

Lampreta fluviatitu, petramyzón Marinus. Bueno, en román palatino lamprea de río, uno de los seres vivos  menos evolucionados y con una antigüedad estimada de seiscientos millones de años.

                             
Era  muy abundante en la época de la dominación romana  y sabemos de sus famosos banquetes en los que nunca faltaba este feo pero exquisito pescado. Todavía más: algunas crónicas relatan que un emperador romano asistía a estos banquetes en los que de fondo se oían lamentos  de los esclavos que eran arrojados a la piscina llena de hambrientas lampreas.


Un animal muy viajero

Será bien que antes de entrar en el tema aclaremos algo sobre su ciclo vital. En los primeros meses del año sube río arriba en busca de un lugar propicio para desove. Deposita sobre fondo arenoso hasta doscientos mil huevos y a continuación  muere o es devorada por otras especies.  
Los alevines, después de su eclosión, permanecen en el río hasta tres años. Parten hacia el Atlántico; se alimentan absorbiendo mediante su ventosa, sangre y fluidos de otros peces, incluso de ballenas. A los cuatro años  inician otro ciclo vital río arriba.



La pesca de la lamprea

Pero este relato pretende entrar en este mundo de la pesca de la lamprea  en su versión y aplicación culinaria. Acotemos asimismo esta información a un tramo del río Ulla que discurre por los ayuntamientos de Padrón y A Estrada.


Su captura es sencilla: se colocan nasas en las pesqueiras, construcciones muchas de ellas de época romana, y  caen en estas  artes en su camino hacia el desove.

Un plato con sabor y carácter

Cualquiera que sea su preparación culinaria da lugar a un manjar con una sensación olorosa y gustativa tan intensa que desborda todo cuanto se pueda decir de olores y sabores. Citaremos sólo dos variedades gastronómicas: lamprea guisada y lamprea empanada. Se incluyen muestras gráficas de ambas.



Recreémonos en la foto de la lamprea empanada. Además de  ser una delicia para la vista, póngale usted imaginación, paciente lector, y goce  de su olorosa fragancia y riquísimo sabor. Su elaboración es  además  de  una calidad artística extraordinaria; enhorabuena, panadera.


 El señor Camilo José Cela

Alrededor de este mundo de su pesca y cocinado surgen multitud de anécdotas. Citaremos solo una: década de los años 50/60 del pasado siglo. Nuestro Nóbel Camilo José Cela descansaba en  su anual visita en su tierra natal, Iria Flavia. Allí gozaba del sabor de la empanada de lamprea que le preparaba mi tía Dolores Casal.  Ambos  estaban ligados por cierta relación de parentesco: el marido de mi tía era “hermano de leche” del escritor. La madre de la tía Dolores amamantó  a los dos críos y este obsequio anual les servía para reforzar  parentesco.
Pasado el tiempo y no se saben los motivos  Camilo José Cela le pide que para el próximo año la empanada sea de anguilas, no de sabrosas lampreas. Y sabiendo el aprecio que los amigos y vecinos de la zona le tienen a él y el orgullo por su empanada, le pide discreción.
Y así  en el futuro siguió obsequiando a su “cuñado” con sus sabrosas empanadas de…anguilas.

jueves, 19 de enero de 2017

El Señor Agustín de Seoane

En los rincones más escondidos de mi memoria afloran a veces recuerdos, vivencias, situaciones que me llevan a los años cincuenta del pasado siglo. 

El Señor Agustín

En ellos me veo sentado en el banco de la lareira de una antigua cocina gallega. Dentro, el fuego del hogar calienta la estancia. Fuera, un fuerte temporal de nieve azota las ventanas produciendo ese característico siseo constante, monótono de la nieve empujada por el viento.
El lugar: una pequeña aldea de la alta montaña ourensan, en la comarca de Os Bolos. Me hace compañía mi amigo y vecino el Señor Agustín y durante estas noches de diciembre nos juntamos y charlamos tomando café para olvidar soledades y ausencias.
Este narrador ejercía entonces como profesional de la enseñanza alfabetizando a toda una generación de niños; mi amigo, vecino de puerta, jubilado ya hace años y trasteado por la vida.
Me interesó enormemente su típica personalidad de la que quiero hacer una semblanza en esta publicación.
Era un pozo de ciencia: tenía una gran inteligencia natural y me admiraba que, con su poco vocabulario por su casi nula formación cultural, se enfrentaba en la conversación con muchos temas de difícil expresión.
Era un pequeño filósofo, con su filosofía de la vida práctica en la que se desarrollaba. Hablaba casi siempre usando tópicos, refranes, sentencias. Era cazurro, con esa retranca típica del gallego, sarcástico y muy machista  –a la antigua usanza–  pero asumía la gran capacidad de persuasión de la mujer. Me contaba: “si el marido pega a la mujer con un palo y ella le pega con un trapo; gana la mujer”


Buen comedor

Era pequeño, delgado algo encorvado por los años y por los reveses de la vida,  pero a pesar de estas limitaciones disponía de un portentoso estómago. Tuve ocasión de compartir mesa con él en varias de esas largas y pantagruélicas comidas de la matanza y nunca dejó de admirarme su apetito insaciable. Devoraba grandes tajadas de tocino, tazas de caldo, melindres y demás con una facilidad pasmosa para su flaca figura.


Santa Compaña

Era un fervoroso creyente de la mística gallega de la Santa Compaña –eterna procesión de los que nos precedieron –y estaba obsesionado pensando a quién entregaría el testigo, antes de incorporarse él mismo a estos eternos caminantes cuando le llegase su hora.

Con frecuencia hacía preguntas con una previa advertencia: “usted, que es un hombre estudiado, ¿podría decirme…? y te soltaba la pregunta de la que previamente sabía la respuesta. Una especie de test mental que le servía para valorar mis conocimientos.


El futuro yerno y la cerilla

En una ocasión un pretendiente de su hija se reúne con su futuro suegro al pie de la lareira. Éste tenía fama de poseer mucho dinero amasado en Cuba. Durante la charla le ofrece un puro a su suegro y le da lumbre con una cerilla. Al día siguiente el Sr Agustín llama a su hija y le dice que la boda queda anulada pues ese cubano es un gastador porque, si había fuego en el lar ¿por qué había de gastar una cerilla?




Que no vea ni sol ni luna

En otra ocasión, el día de la fiesta grande de la parroquia, un nieto le pide un cuarto  –una moneda – para ir a la fiesta pues ya empezaba a tocar la gaita. El abuelo todo enojado le riñe y se niega a darle dinero pues considera que si había comido con abundancia ¿para qué quería el dinero? Pero cambia de opinión, le da una peseta pero le advierte: toma, hijo, pero que no vea ni sol ni luna.




Pero dejemos los recuerdos de aquellos pueblos duros y gentes bravas. Cerremos este tema cómodamente sentados y en un cálido y plácido ambiente.