sábado, 4 de agosto de 2018

De ferias y feriantes en Galicia rural


El origen: la aldea

Relieves  de suave orografía y el  verde pálido de los herbales  destacando  sobre las manchas más oscuras de los pinos y monte bajo. Así, a modo telegráfico podemos describir esta aldeíta  gallega.


                     Dentro de este conjunto de  manchas verdes y pequeños claros  están asentadas  pequeñas  casas  de piedra aisladas entre sí, ancladas en  el paisaje  y rodeadas de tierras de cultivo. Cruzan la aldea estrechos  caminos de carro, también cauce obligado de las aguas pluviales y pequeños   caminitos para la circulación  de las personas.
                     Este núcleo de población es representativo de la geografía gallega,  núcleos muy dispersos y sin lazos de continuidad entre ellos.
                        A grandes rasgos así era la distribución de la población gallega en la zona rural a mediados del pasado siglo y su economía se basaba exclusivamente en el cultivo de la tierra y en la explotación de la ganadería en muy pequeña escala.

Un par de vacas, cerdos y gallinas


                           El censo ganadero de cada familia consistía en una o dos vacas con sus becerritos, cerdos, gallinas y demás animales menudos.


                         Las vacas eran motivo de frecuente renovación por compra o venta. Para realizar este trueque se acudía a los numerosos  mercados que con este fin se realizaban periódicamente en lugares y fechas fijos.

La feria

                    Era corriente en el lenguaje coloquial de estas gentes que no se usase el nombre del lugar donde se ubicaba una feria  sino el día del mes en la que se celebraba. En esta comarca del río Ulla existe un pueblo llamado Lestedo con día de mercado el día 26 de cada mes. Cuando se  quiere mencionar este pueblo recurren al numeral o vinteséis.


                        Las vacas y su dueño debían caminar a veces largas distancias para acudir al mercado pues no había en aquellos tiempos transportes adecuados ni carreteras apropiadas. En los pocos lugares donde era posible, estos vehículos recogían indistintamente personas y animales y viajaban pacíficamente mezclados.                   
.                   Con estos antecedentes retrocedamos nuestros recuerdos a los años cincuenta del pasado siglo y relatemos las escenas de una feria de ganado localizada en un lugar del valle del Ulla.

 Nuestro protagonista, el tratante de ganado

                    Antes de seguir adelante introduzcamos aquí la figura del tratante: comprador y vendedor de reses; pintoresco personaje vestido de amplia bata negra, ancha boina y largo bastón  de castaño. 


Vigilaba la entrada del ganado para identificar de una ojeada sus posibles objetivos. Personaje de una gran picaresca y de florido lenguaje que usaba para convencer a los incautos vendedores o compradores.

Un simpático negociante

                    Elegida ya la vaca objeto de su interés, debía en primer lugar asegurarse de la situación sanitaria del animal. Salvando las debidas distancias,  la sometía con gran aparatosidad  a un profundo chequeo clínico. Para ello usaba su ya su larga experiencia en la materia.  Con su convincente picardía  ponía  de manifiesto en este chequeo y  de manera interesada  graves defectos al animal para  reducir su valor de mercado.



                    En primer lugar le  abría la boca, comprobaba su dentadura, desgaste de los molares, estado de la lengua; de todo ello deducían edad, ausencia de parásitos y otras  patologías.
                    A continuación inspeccionaba sus pezuñas para ver su estado y conservación; le propinaba un fuerte pellizco en la espalda  para comprobar sus reflejos,  le daba un repentino estirón al rabo del paciente animal; así comprobaba el estado de su columna. Por último le echaba una mirada a los cuernos, simetría de los mismos y al estado de su piel y pelo insistiendo en los graves defectos que quería imputarle al pobre animal.

Cuarenta duros y quince reales

                    Pero lo más curioso de esta exploración era la serie de informaciones que iba transmitiendo al dueño del animal;  en todas ellas intentaban demostrar que apenas se tenía en pie y no valía ni la pena mirar para él. A pesar de todo, a pesar de sus frases peyorativas  en cada una de sus pruebas, ofrecía un a cantidad expresada en duros , complementados con reales, monedas de uso corriente usadas en aquel tiempo:
                     Cuarenta duros y quince reales, cantidad, por supuesto inferior al valor real de la vaca.  En estas ofertas y demandas de duros y  reales quedaba cerrada la venta de la vaca en cuarenta y ocho duros y veinte reales.

Este trato bien merece un festejo

         
           Cerrado el trato con un apretón de manos cada uno seguía con sus asuntos. El tratante a por un nuevo trato; el ganadero a por la compra de unos aperos de labranza y unos metros de pana para traje nuevo de los domingos. 


Que la cosa no había ido mal. Eso si, antes de coger camino se toma una ración de pulpo, un jarro de tinto y regresa ufano hacia su aldea sin la vaca pero con la cuerda sobre los hombros, señal de que había hecho un buen mercado.