El origen: la aldea
Relieves
de suave orografía y el verde pálido de los herbales destacando sobre las manchas más oscuras de los pinos y
monte bajo. Así, a modo telegráfico podemos describir esta aldeíta gallega.
Dentro de este conjunto
de manchas verdes y pequeños claros están asentadas pequeñas casas de
piedra aisladas entre sí, ancladas en el
paisaje y rodeadas de tierras de cultivo.
Cruzan la aldea estrechos caminos de
carro, también cauce obligado de las aguas pluviales y pequeños caminitos para la circulación de las personas.
Este núcleo de población es representativo de la
geografía gallega, núcleos muy dispersos
y sin lazos de continuidad entre ellos.
A grandes rasgos así era la
distribución de la población gallega en la zona rural a mediados del pasado
siglo y su economía se basaba exclusivamente en el cultivo de la tierra y en la
explotación de la ganadería en muy pequeña escala.
Un par de vacas, cerdos y gallinas
El censo ganadero de cada
familia consistía en una o dos vacas con sus becerritos, cerdos, gallinas y
demás animales menudos.
Las vacas eran motivo de frecuente renovación
por compra o venta. Para realizar este trueque se acudía a los numerosos mercados que con este fin se realizaban periódicamente
en lugares y fechas fijos.
La feria
Era corriente en el lenguaje
coloquial de estas gentes que no se usase el nombre del lugar donde se ubicaba
una feria sino el día del mes en la que
se celebraba. En esta comarca del río Ulla existe un pueblo llamado Lestedo con
día de mercado el día 26 de cada mes. Cuando se quiere mencionar
este pueblo recurren al numeral o
vinteséis.
Las
vacas y su dueño debían caminar a veces largas distancias para acudir al
mercado pues no había en aquellos tiempos transportes adecuados ni carreteras
apropiadas. En los pocos lugares donde era posible, estos vehículos recogían
indistintamente personas y animales y viajaban pacíficamente mezclados.
. Con estos antecedentes retrocedamos
nuestros recuerdos a los años cincuenta del pasado siglo y relatemos las
escenas de una feria de ganado localizada en un lugar del valle del Ulla.
Nuestro protagonista, el tratante de ganado
Antes de seguir adelante
introduzcamos aquí la figura del tratante: comprador y vendedor de reses;
pintoresco personaje vestido de amplia bata negra, ancha boina y largo bastón de castaño.
Vigilaba la entrada del ganado para identificar de una ojeada sus
posibles objetivos. Personaje de una gran picaresca y de florido lenguaje que
usaba para convencer a los incautos vendedores o compradores.
Un simpático negociante
Elegida ya la vaca objeto de
su interés, debía en primer lugar asegurarse de la situación sanitaria del
animal. Salvando las debidas distancias, la sometía con gran aparatosidad a un profundo chequeo clínico. Para ello usaba
su ya su larga experiencia en la materia.
Con su convincente picardía ponía
de manifiesto en este chequeo y de manera interesada graves defectos al animal para reducir su valor de mercado.
En primer lugar le abría la boca, comprobaba su dentadura,
desgaste de los molares, estado de la lengua; de todo ello deducían edad,
ausencia de parásitos y otras patologías.
A continuación inspeccionaba
sus pezuñas para ver su estado y conservación; le propinaba un fuerte pellizco
en la espalda para comprobar sus
reflejos, le daba un repentino estirón
al rabo del paciente animal; así comprobaba el estado de su columna. Por último
le echaba una mirada a los cuernos, simetría de los mismos y al estado de su
piel y pelo insistiendo en los graves defectos que quería imputarle al pobre
animal.
Cuarenta duros y quince reales
Pero lo más curioso de esta
exploración era la serie de informaciones que iba transmitiendo al dueño del
animal; en todas ellas intentaban
demostrar que apenas se tenía en pie y no valía ni la pena mirar para él. A
pesar de todo, a pesar de sus frases peyorativas en cada una de sus pruebas, ofrecía un a
cantidad expresada en duros , complementados con reales, monedas de uso corriente
usadas en aquel tiempo:
Cuarenta duros y quince reales, cantidad, por supuesto inferior al
valor real de la vaca. En estas ofertas
y demandas de duros y reales quedaba
cerrada la venta de la vaca en cuarenta
y ocho duros y veinte reales.
Este trato bien merece un festejo
Cerrado el trato con un apretón de manos cada
uno seguía con sus asuntos. El tratante a por un nuevo trato; el ganadero a por
la compra de unos aperos de labranza y unos metros de pana para traje nuevo de
los domingos.
Que la cosa no había ido mal. Eso si, antes de coger camino se
toma una ración de pulpo, un jarro de tinto y regresa ufano hacia su aldea sin
la vaca pero con la cuerda sobre los hombros, señal de que había hecho un buen
mercado.