A Illa de Arousa
Situémonos
en los años cincuenta del pasado siglo y busquemos refuerzos en los recuerdos de mi ya
débil memoria para relatar un curioso pero insólito acontecimiento en un
pueblecito marinero, a Illa
de Arousa, situada en la ría del mismo nombre, entre las provincias de Pontevedra y Coruña.
Paisajes marinos llenos de encanto y con
imágenes de gran belleza natural.
Un pueblecito marinero con 9 fábricas conserveras
Este
pueblecito marinero estaba habitado en aquella época por cinco mil vecinos. Nueve fábricas de conservas
de pescado -sí, dije nueve fábricas- elaboraban la mayor parte de la materia prima que era aportada por la
numerosa flota pesquera isleña.
La casi totalidad de los
hombres en edad laboral se dedicaban a la faena del la pesca y la mayor parte
de las mujeres trabajaban como operarias de las conserveras. El numerosísimo censo infantil, memorizando
en las escuelas las materias tradicionales de estudio y aprendiendo vida.
Gente sencilla y amable
Estos pobladores isleños eran gentes, sencillas, de mente sana, sin
inhibiciones en su trato social y portadores de una idiosincrasia especial diferente
de las otras gentes de la
Galicia interior. Su lenguaje coloquial era extremadamente y
rico, florido y con esa característica del “jejeo y seseo” en sus charlas lo
que les daba una especial musicalidad.
El primer coche de a Illa de Arousa
En esta intensa actividad industrial de la isla tenía que haber continuos traslados de materias
primas pero no había circulación rodada con tracción animal. Los únicos medios
de transporte los hacían las mujeres llevando a la cabeza las mercancías y a
veces usando carros de dos lanzas arrastrados también a mano.
Una de estas factorías,
a la que le dediqué varios años de mi
vida como técnico de la conserva, decidió modernizar este sistema de transporte
y adquirió una camioneta de tercera mano, claro, en un taller de vehículos de
ocasión en la cercana ciudad de Vigo.
A Cachonda circula por a Illa
Después
de las delicadas maniobras de embarque y
desembarque se planta en a Illa este flamante medio de transporte. Empieza a circular ruidosamente por las
pistas y caminos de este pueblo con su motor sin silenciador. Grande fue la
estupefacción de los propios isleños pues algunos mayores y casi la mayoría de
los niños no había visto nunca circular
un coche. Era pues un insólito espectáculo ante los curiosos ojos de estas
gentes mayores y un gran asombro de la numerosa población infantil
Los isleños, dotados de un gran
humor y fina ironía, lo bautizaron de inmediato con el pomposo nombre de “a Cachonda”.
Compruebe, amable lector, la fotografía adjunta y se dará
cuenta de lo bien que le cae esta nombre al vehículo.
El primer accidente de tráfico de a Illa de Arousa
El
recorrido del a Cachonda por las pistas y caminos de a Illa creó un preocupante
problema de seguridad. Los niños, al salir del colegio, corrían todos hacia el
vehículo que carecía de autorización legal y de seguro obligatorio.
Estos niños se agolpaban a las
orillas de los caminos, corrían delante
de la camioneta y detrás de la misma dificultando
su ruidoso rodar e impidiendo que desarrollase sus más de 30km/h, velocidad normal de
crucero.
En una ocasión conducía el vehículo este narrador, todavía sin permiso legal, por una estrecha
callejuela. De repente un grupo de niños sale de una esquina y se pone delante de la camioneta y arremete contra la misma. Y así aconteció el
primer accidente de tráfico en la historia de esta isla.
¡¡Tumulto de gente, llaman al 112, acude la
policía de tráfico, la ambulancia medicalizada, y el equipo de atestados…!!
Pero,
¡¡qué estoy diciendo!! Este accidente no
sucedió en la actualidad sino hace casi
setenta años. Pido perdón: mi memoria se trabucó e invirtió la dirección de la flecha del tiempo.
En realidad, el niño
accidentado tenía un pequeño rasguño en un dedo y lloraba desconsoladamente
porque había manchado la hoja del cuaderno de deberes y temía el castigo del maestro.
A Cachonda con su ronroneo suave de motor ya viajado contemplaba la escena y sonreía. O eso me pareció ver.
A Cachonda con su ronroneo suave de motor ya viajado contemplaba la escena y sonreía. O eso me pareció ver.
Que historia más simpática e interesante. Espero que la maestra no regañase al niño accidentado!
ResponderEliminarToda la fuerza motriz para la industria conservera isleña. Todo un testimonio de lo que fuimos. Gracias Juan.
ResponderEliminarUna elegante manera de mostrar la historia sin la cual no hay «Historia» posible. Gracias por mostrar este trabajo
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEs de mis tiempos como eletricista del cable sumarino
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