Tarde de otoño en una aldea de Galicia
Era una tarde de un plácido
día otoñal. El sol se iba ocultando lentamente y este maestro de una escuela
rural de Galicia había terminado su
jornada.
Sus
alumnos salían bulliciosos de clase.
Sentado,
con un montón de cuadernos a su lado corregía los deberes del día y echaba ojeadas hacia el horizonte lejano con
el Pico Sacro compostelano en primer plano.
Es ésta una de las muchas
situaciones que todavía recuerdo con añoranza. Anécdotas sin apenas valor testimonial,
nimiedades que obstinadamente acuden en clarísimas
imágenes como si las estuviese viviendo ahora mismo.
Seguía corrigiendo los cuadernos y el sol seguía su pausado camino hasta ocultarse
en el horizonte.
Los ejes de la carreta de Xaquín
Un sonido agudo como el de las notas altas de
la gaita gallega se venía oyendo, cada
vez con más intensidad. Conocía su procedencia:
era el carro de mi amigo Xaquín o Lobato.
Como todos los días a la misma hora portaba su carga de troncos de pino circulando
por los caminos de monte. El trayecto hasta la carretera comarcal era de apenas
5 Km. Allí la carga era recogida por un camión preparado para esta tarea.
El eterno y apagado cigarrillo pegado a sus labios
El amigo Xaquín era para mí
un personaje singular. Llevaba bien sus
cincuenta años. Era pequeño, enjuto, con
su abundante cabellera saliendo por debajo de la boina. Caminaba al paso lento de las vacas con su eterno y
apagado cigarrillo colgado de sus labios. No sabía leer ni escribir, pero era gran conocedor del ambiente rural en el
que siempre había vivido.
En una ocasión tuvo necesidad estampar su firma para legalizar unos papeles.
Me pidió le enseñase a firmar. Lo recuerdo
en pie ante el encerado de la escuela y tiza en mano sudando por el
esfuerzo mental que hacia para copiar de una muestra los rasgos de su firma. Nunca había salido de su aldea y conocía de oídas que había otros pueblos, otros
países.
El carro de vacas
El carro de vacas de Xaquín con su estructura
totalmente en madera producía al rodar un sonido característico; su eje de giraba
directamente sobre la madera en dos puntos de apoyo por lo que la hacía vibrar y producía dos
agudas notas como de gaita gallega. Vibraba el eje y también todo el conjunto del carro a modo de
resonancia. La intensidad era tal que se dejaba oír a grandes distancias en
campo abierto y el tono iba oscilando al compás de la velocidad del carro.
Cada carro con su cantar
Este recuerdo, de allá los
años cincuenta, está todo lleno de una musicalidad de sones de carros en este
poblado rural. En aquellos tiempos era el único medio de transporte, a ciertas horas del día y durante la época de mayor actividad agraria
varios carros circulaba por esos caminos
rurales; cada uno con su característica creando una tonada llena de
sonidos de carros que circulaban por los
varios caminos; imagen tremendamente bucólica. Los campesinos del lugar tenían memorizado el “cantar” de
cada carro y sabían exactamente por dónde rodaban y qué hacía cada uno de ellos.
Pero volvamos al amigo Xaquín
con su carro cargado de madera de pino camino de la carretera comarcal más próxima.
Este maestro conocía bien la “canción” de su carro y desde luego también
conocía el florido lenguaje que continuamente dedicaba a las sufridas vacas. Es una pena que
no pueda expresar sus palabras textuales
pero sí diré que revolvía el cielo con la tierra dedicando a los personajes
celestiales lindezas de todo índole. También tenía su repertorio para nosotros
los mortales entre los que incluía vecinos, amigos, padres y demás familias con duros adjetivos
Pero no se quedaba sólo en palabras. Con el largo varal que llevaba siempre consigo
animaba a las vacas cuando estas mostraban flaqueza o
imposibilidad.
Los animales, ante el castigo
protestaban y su protesta junto con el sonar de los ejes y los improperios de
Xaquín terminaban, siempre, provocándome una larga sonrisa.
La catedral y Xaquín
Un día, creo, que era día festivo, lo invité a que me acompañes a
Santiago a dar un paseo en mi recién
estrenado “seiscientos” para que conociese mundo.
Durante el recorrido miraba
para todo y se asombraba con todo lo que veía. Casi le dio un vértigos cuando paseando
por la zona antigua veía los grandes y majestuosos monumentos y la catedral. Regresamos,
tomamos unos vino por el camino y el
amigo Xaquín no salía de su asombro. Al dejarlo junto a su casa sólo pudo decirme:
Por eso, señor maestro, ¡¡qué grande
es el mundo!!
Toda una filosofía de la vida,... la de Xaquín. Magnífica entrada, como siempre!
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