sábado, 2 de diciembre de 2017

Xaquín el carretero

                                               

Tarde de otoño en una aldea de Galicia


Era una tarde de un plácido día otoñal. El sol se iba ocultando lentamente y este maestro de una escuela rural de Galicia había terminado su  jornada.
Sus alumnos salían bulliciosos de clase.


Sentado, con un montón de cuadernos a su lado corregía los deberes del día  y echaba ojeadas hacia el horizonte lejano con el Pico Sacro compostelano en primer plano. 
                   Es ésta una de las muchas situaciones que todavía recuerdo con añoranza. Anécdotas sin apenas valor testimonial, nimiedades  que obstinadamente acuden en clarísimas imágenes como si las estuviese viviendo ahora mismo.
         Seguía corrigiendo los cuadernos  y el sol seguía su pausado camino hasta ocultarse en  el horizonte.

Los ejes de la carreta de Xaquín


               Un sonido agudo como el de las notas altas de la gaita gallega se venía oyendo,  cada vez con más intensidad.  Conocía su procedencia: era el carro de mi amigo Xaquín o Lobato.


 Como todos los días a la misma hora  portaba su carga de troncos de pino circulando por los caminos de monte. El trayecto hasta la carretera comarcal era de apenas 5 Km. Allí la carga era recogida por un camión preparado para esta tarea.
                   

El  eterno y apagado cigarrillo pegado a sus labios


El amigo Xaquín era para mí un personaje  singular. Llevaba bien sus cincuenta años.  Era pequeño, enjuto, con su abundante cabellera saliendo por debajo de la boina. Caminaba  al paso lento de las vacas con su eterno y apagado cigarrillo colgado de sus labios. No sabía leer ni escribir,  pero era gran conocedor del ambiente rural en el que  siempre había vivido.



 En una ocasión tuvo necesidad  estampar su firma para legalizar unos papeles. Me pidió le enseñase a firmar. Lo recuerdo  en pie  ante el encerado  de la escuela y tiza en mano sudando por el esfuerzo mental que hacia para copiar de una muestra los rasgos de su firma.  Nunca había salido de su aldea y conocía  de oídas que había otros pueblos, otros países. 

El carro de vacas 


 El carro de vacas de Xaquín con su estructura totalmente en madera producía al rodar un sonido característico; su eje de giraba directamente sobre la madera en dos puntos de apoyo   por lo que la hacía vibrar y producía dos agudas notas como de gaita gallega. Vibraba el eje y también  todo el conjunto del carro a modo de resonancia. La intensidad era tal que se dejaba oír a grandes distancias en campo abierto y el tono iba oscilando al compás de la velocidad del carro.

Cada carro con su cantar


                   Este recuerdo, de allá los años cincuenta,  está todo lleno  de una musicalidad de sones de carros en este poblado rural. En aquellos tiempos era el único medio de transporte,  a ciertas horas del día  y durante la época de mayor actividad agraria varios carros circulaba  por esos caminos rurales; cada uno con su característica creando una tonada llena de sonidos  de carros que circulaban por los varios caminos; imagen  tremendamente bucólica.   Los campesinos  del lugar tenían memorizado el “cantar” de cada carro y sabían exactamente por dónde rodaban y qué hacía cada uno de ellos.


                   Pero volvamos al amigo Xaquín con su carro cargado de madera de pino camino de la carretera comarcal más próxima. Este maestro conocía bien la “canción” de su carro y desde luego también conocía el florido lenguaje que continuamente  dedicaba a las sufridas vacas. Es una pena que no pueda expresar  sus palabras textuales pero sí diré que revolvía el cielo con la tierra dedicando a los personajes celestiales lindezas de todo índole. También tenía su repertorio para nosotros los mortales entre los que incluía vecinos, amigos,  padres y demás familias con duros adjetivos
                   Pero  no se quedaba sólo en palabras.  Con el largo varal que llevaba siempre consigo  animaba  a las vacas cuando estas mostraban flaqueza o imposibilidad.
                   Los animales, ante el castigo protestaban y su protesta junto con el sonar de los ejes y los improperios de Xaquín  terminaban, siempre, provocándome una larga sonrisa.

La catedral y Xaquín    

            

Un día, creo, que era  día festivo, lo invité a que me acompañes a Santiago a dar un paseo  en mi recién estrenado “seiscientos” para que conociese mundo.

                   Durante el recorrido miraba para todo y se asombraba con todo lo que veía. Casi le dio un vértigos cuando paseando por la zona antigua veía los grandes y majestuosos monumentos y la catedral. Regresamos, tomamos unos vino por el camino y el  amigo Xaquín no salía de su asombro.  Al dejarlo junto a su casa sólo pudo decirme:
                  

                    Por eso, señor maestro, ¡¡qué grande es el mundo!!


1 comentario:

  1. Toda una filosofía de la vida,... la de Xaquín. Magnífica entrada, como siempre!

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