martes, 19 de diciembre de 2017

Xe de Orosa y la Santa Compaña

                    
                   En esta brumosa Galicia  persiste, especialmente en las zonas rurales, una serie de mitos y leyendas que se transmiten y comentan oralmente en las largas noches invernales, sentada la gente mayor en incómodos escaños al pie de un abundante fuego de raíces de torgo  mientras los más pequeños dormitan recostados su primer sueño.


La Santa Compaña      

            

 Posiblemente por el proceso de globalización cultural y social en la que estamos inmersos, estos mitos se van perdiendo en la cruda realidad de los aparatos electrónicos que se van imponiendo y dejan ya poco margen para la imaginación y para el misterio.
                   Uno de estos mitos, a mí entender uno de los más curiosos, es el de la Santa Compaña (Santa Compañía)  que es además exclusivo de esta región y con un origen tan remoto que se pierde en la memoria de los tiempos.
                   Aunque tiene pequeñas variaciones según la comarca de la que se toman referencia es una concepción  diferente y en otro plano  del misterio de la  vida/muerte. Difiere de la interpretación clásica que presentan casi todas las sociedades humanas que colocan a las almas de los fallecidos en uno de los dos mundos  según los méritos o deméritos que hayan tenido en u vida terrenal.

                   En la mística de esta leyenda galaica las  ánimas de los difuntos no gozan de méritos o deméritos. Al desprenderse de su cuerpo   se unen a la cola de una procesión de “ánimas” que vagan eternamente en procesión continua por valles y montes durante las umbrías noches de invierno  portando faroles y sólo se muestran a nosotros los mortales para augurar desastres o para anunciar  el próximo fallecimiento al que tuvo  una visión.

                
   Aclarado esta cuestión quisiera relatar un caso concreto de una persona que en sus charlas con el redactor de esta historia contaba su experiencia sobre este tema.


Esto sucedió en la alta montaña ourensana


Poblado sin comunicación vial ubicado en la comarca de Os Bolos y con estribaciones de Peña Trevinca toda cubierta de nieve en el horizonte cercano.
Este maestro enseñaba a leer, escribir, contar  y demás materias culturales a una treintena de niños para que en su día pudieran integrarse a la vida de estas tierras duras y gentes bravas.


Xe de Orosa


Durante las interminables noches invernales compartía tertulia con los vecinos, especialmente con Xe de Orosa, amigo y vecino de puerta, alrededor de la hoguera mientras fuera caía mansamente la nieve y de los tejados colgaban grandes carámbanos.  
                  
De profesión cantero en su etapa laboral y jubilado ya hace bastantes años. Recuerdo todavía su imagen sentado en la lareira tratando de liar un cigarrillo con picadura de tabaco troceando las hojas  que  compraban  en la taberna. Liaba unos pitillos gruesos y mal hechos, pasaba la lengua por la zona de pegamento del papel de fumar y le prendía fuego con una ascua. Me  imponía el ánimo al contemplar sus gestos como fumador: eterno tosedor con esa tos convulsiva en la que daba la impresión de asfixia. Pasada la crisis volvía con el relato sólo interrumpido por sus espasmódicos tosidos.  


El bastón de Xe


                    Me contaba esas historias que tanto gustan a los viejos. Por ellas supe los modos de vida de estas gentes, sus ansias, sus intimidades y también de su propia experiencia con la Santa Compaña.  Este amigo Xe estaba obsesionado con su muerte que creía inminente y tenía que resolver el problema de la entrega de su bastón a otro vecino antes de incorporarse a la procesión de las ánimas como nuevo miembro de la misma.


                   Para él era una obligación la entrega de su bastón a modo de testigo al vecino que iba  fallecer a continuación y estaba angustiado por las dudas de su  entrega.
                   Era tan intenso su deseo de entregar el testigo al futuro miembro de esta Santa Compaña que en mis últimas conversaciones con él me había implicado en esta elección rogándome le ayudase. Recuerdo todavía sus súplicas: señor maestro, usted que es un hombre estudiado, ayúdeme a buscar a  quién entregar el bastón. Por supuesto y con toda la amabilidad  le respondí que  era su decisión personal en la que no podía intervenir.
Por motivos de mi cambio de destino dejé ese poblado y el amigo Xe de Orosa se quedó con la indecisión de elegir sucesor.
                   En la interminable procesión de ánimas estará ahora este amigo ourensano y muchos, muchos más, augurando desastres y señalando nuevos miembros.







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