Una hermosa aldea de tejados de pizarra
Un pequeño poblado de la Galicia interior a más de mil metros de altitud y a mediados del siglo pasado. Sus vecinos dedicados exclusivamente a la ganadería y agricultura. Una iglesia parroquial; un trozo de monte que hacía de cementerio; una numerosísima cabaña de ganado vacuno y bovino.Una escuela y un maestro quién, hace sesenta años, trataba de dar cultura y vida a treinta alumnos con años de retraso escolar.
La aldea tenía apenas setenta casas de piedra, achaparradas, abigarradas unas contra otras e incrustadas en un paisaje de tejados de pizarra. El pueblo más cercano estaba a tres horas de marcha por un camino solo apto para monturas o a pie. Imposible de transitar en los peores días de invierno.
Pan para los hombres, forraje para los animales
La principal labor agrícola era el cultivo de centeno; alimento básico para las personas y forraje para los animales. Esta planta admite tierras muy pobres en nutrientes y soporta bien las oscilaciones climáticas.
Para centrar el contenido del tema quiero recordar las labores propias del cultivo del centeno. Esta planta se siega al llegar a su madurez. Cuando corresponde se deposita en el suelo con el fin de soltar el grano de la espiga mediante la malla. El piso, para esta faena, debe de estar liso, firme y aislado del suelo de tierra. De esta manera los golpes con el mallo son más efectivos y se evita que el grano se mezcle con la tierra y la arena de la era.
¿Dónde mallar el centeno?
Al llegar a este punto debo aportar más información para realzar la originalidad de esta labor agrícola. Y espero que no sea enojosa y molesta a la sensibilidad del lector.
En la aldea había una poza de uso comunal y en ella se iban depositando los excrementos de las vacas, la bosta, que los animales iban dejando en su deambular por monte y caminos. Durante todo el año esta fosa se iba rellenando con los continuos aportes de este material orgánico.
Jugando camino de la escuela
La recogida de estos montoncitos era llevada a cabo, principalmente, por los niños. Cuando venían para la escuela, además de su pizarra y cuaderno, traían, unos, un envase de lata, otros más hábiles, manejaban un carrito de juguete hecho con cuatro tablas y ruedas de madera. Y así iban recogiendo las bostas que encontraban por el camino. Antes de entrar aparcaban su transporte en la pared exterior del edificio y empezaban sus tareas escolares.
Al terminar las clases recogían de nuevo el carrito y seguían con la faena. Cuando convenía la mercancía eran vaciada en la poza comunal y así un día y otro día.
El día de la malla
Tras la siega del centeno se preparaba el lugar de la malla. Se limpiaba el terreno de piedras y se alisaba dejándolo perfectamente plano. Con la bosta se hacía una masa homogénea y se extendía sobre el terreno. El calor del verano iba evaporando la masa y al cabo de un tiempo quedaba una costra dura y flexible a modo de grueso cartón formada por las fibras vegetales sin digerir y materia orgánica.
Hay que decir que en absoluto olía mal y su aspecto, si obviamos su origen y una vez seca, no parecía mal.
Respetables faenas extraescolares
Curioso dilema se le presentaba a este maestro. No podía prohibir estas faenas a mis alumnos pues en cierta manera era un medio de subsistencia que estaba integrado en sus usos y costumbre centenarias. Lo resolví respetando esta tareas extraescolares e intentado incorporar normas básicas de higiene en los chavales.
Solamente una última reflexión: si algún lector se ha sentido molesto por este relato, le pido perdón, tal como lo vi lo cuento ahora. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario