Hace más de treinta años subía camino de la iglesia de una parroquia en
la que ejercí la docencia durante quince años. Iglesia con la fachada románica,
datada sobre el año 1270. En un plano
inferior se levanta un crucero de base cuadrada
en escalones, columna poligonal y afiligranado capitel. Crucero construido en
el año 1870 a
expensas del párroco Arias Dieguez y feligreses. Continúo mi camino y tropiezo
con un montón de piedras con señales de haber sido labradas.
Por los vecinos me entero de que eran los restos del
crucero que el viento derribó hacía ya muchos meses. Ninguno de los vecinos ni
el administrador parroquial se preocuparon de recoger los restos para su futura
restauración; más bien los esparcían
pues estorbaban el paso.
Ante esta falta sensibilidad por el patrimonio cultural
de la parroquia, abandono y desinterés por sus bienes arquitectónicos, este
antiguo vecino asumió la responsabilidad de realizar personalmente esta
restauración con la inestimable ayuda de un vecino y buen amigo. Con los
permisos necesarios recogió todos los trozos del crucero, incluso restos de
arena y los trasladó para su casa.
Allí, durante muchos meses y en los ratos libres, iba
uniendo y pegando con cemento las piezas como un rompecabezas, incluso
reforzando uniones con varilla de acero. Operación lenta por la espera del
fraguado de cada pieza. Terminada la restauración, fue colocado el crucero de
nuevo en su sitio y la pátina del tiempo imprimió su huella. Desde entonces desafió
todos los temporales que se abatieron sobre este precioso recuerdo de nuestros
antepasados.
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