Sabemos del poder evocador de los sonidos, de los ruidos y como atraen recuerdos que se creían
perdidos para siempre. Pero, a mi juicio, todavía tienen más poder evocador los
olores.
Con estos recuerdos de aromas y sonidos quiero entrar en
situaciones y lugares del pasado cesureño para tratar el tema del salón de
cine. En ellas se
exhibían acróbatas, ilusionistas, cómicos que hacían las delicias del público.
A veces traían un rollo con un resto de alguna película antigua que proyectaban
sobre una pantalla de tela. El “operador” accionaba a mano el rollo mediante
una manivela y relataba a viva voz el desarrollo de la misma.
En esta villita, cerca de la estación del ferrocarril
había un gran local en los años 35/40 que estaba dedicado a salón de cine. Allí
se pasaban películas de cine; mudas, por supuesto.
Recuerdo todavía ese ambiente. Creo que la entrada
costaba dos patacones y el tema de la película era siempre del tipo del Oeste
americano, con tiros, policías a caballo persiguiendo a los ladrones. También
abundaban las clásicas de Charlot con sus gesticulantes movimientos.
Antes de empezar la película y durante los numerosos
descansos, unas mujeres vendían libremente naranjas por los pasillos, de esas
naranjas propias de este clima, muy ácidas pero extremadamente olorosas. Fue
este aroma el que me quedó grabado para siempre y cada vez que se monda una de
estas naranjas, vuelven a mí aquellas escenas de hace muchísimos años.
Recuerdo que a los niños nos mandaban para las primeras
filas pero corríamos por los pasillos como si fuese el recreo de la escuela.
Si la película tardaba en empezar, todos los niños y los
mayores incluidos, gritábamos: ¡Qué se empiece, que se empiece, que se
empiece!, dando patadas en el suelo produciendo un ruido atronador hasta que se
apagaba la luz y se iluminaba la pantalla.
Durante el desarrollo de la película, todo el público
asistente, especialmente los niños, seguíamos con griterío las incidencias de la misma insultando a los malos y
aplaudiendo a los valientes policías que salvaban a los buenos.
Había frecuentes apagones de luz… la hecatombe. El
conserje-revisor era incapaz de calmar los ánimos hasta que de nuevo se
reanudaba el suministro y continuaba la película. ¡Qué películas aquellas!
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