Recuerdo también con entrañable emoción a Mario, un
vecino, creo que de Campaña-Cordeiro, que todos los domingos y durante las
fiestas de Carnaval, Navidades y otros festivos, se unía a nuestra pandilla con
su acordeón y recorríamos, a veces hasta altas horas de la madrugada, las
calles de Cesures cantando a modo de serenata en las ventanas donde suponíamos
que dormía alguna moza y alguna que otra mujer
no tan moza y que no tuviera compromisos a quien no le gustase nuestra
canción.
En este modo de pasarlo bien nos tenemos llevado muchas
satisfacciones pues a veces una mano asomaba al balcón y nos saludaba y daba
las gracias por nuestra actuación. Nosotros ya nos conformábamos con este
pequeño gesto de amabilidad pues no pretendíamos otra cosa.
En otras ocasiones no estaba la masa para bollos;¸quiero
decir que no aceptaban esta elegante y pacífica manera de saludar a una beldad
y la respuesta más suave era el silencio cuando no, nos soltaban un perro o nos
echaban un jarro de agua fría, desde luego, sobre nuestras cabezas.
A cada una de las mozas que visitábamos le dedicábamos
una canción especial a tono con las circunstancias personales pero siempre con
la misma melodía en si bemol.
Recuerdo que nuestra letra preferida y que dedicábamos
especialmente a las solteronas, era:
Adelita – o el nombre de la homenajeada /
Adelita sale al
balcón/
que te estoy
esperando aquí/
para darte la
serenata/
sólo, sólo para ti.
Y así, después de recorrer y cantar a pie de las ventanas de varias
mozas y casi afónicos de tanto cantar desafinado, Mario guardaba su acordeón y
los demás de la pandilla nos dispersábamos para recogernos en nuestras
respectivas casas.
El mismo Mario, los sábados al anochecer se colocaba en
un lugar abrigado de su parroquia y empezaba con su acordeón. Poco a poco se
iban juntando mozas y mozos y se formaba un bailongo del que siempre se sacaba
unas pesetillas.
Durante los días laborables de la semana cambiaba el
acordeón por la cuerda de las vacas o el mango del arado para trabajar como
jornalero pues el acordeón no le daba apenas ni para vicios.
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